lunes, 21 de octubre de 2019

Estas son mis manos


En la semana me enteré de que el 17 de octubre es (fue) el Día Internacional contra el Dolor y no pude sino pensar en cuántas personas hay en el mundo que sufren dolor y su entorno no lo sabe, o lo sabe, pero no lo ve y no lo dimensiona. En esta ocasión no me refiero al dolor emocional, sino al dolor físico.



Todos hemos sentido dolor cuando, digamos, nos golpeamos con algo, o nos duele la cabeza, o el estómago porque comimos algo que nos hizo daño. Son dolores que experimentamos, atacamos con medicamentos y/o cuidados y listo, pero… ¿qué pasa cuando el dolor está ahí, las 24 horas del día y, además, te incapacita de una manera que no se ve, pero se siente?

No llevo bien la cuenta, pero llevo poco más de 5 años sintiendo ese dolor constante, sólo que ahora se ha vuelto más fuerte, más constante y, a veces, más incapacitante. ¿La razón? Neuropatía periférica en ambas manos.

Este tipo de neuropatía se debe a un daño en los nervios periféricos y normalmente se da en manos y piernas, pero a mí —al menos hasta ahora— sólo me pasa en las manos.
Es curioso, pero supongo que, así como nos acostumbramos a tomar el café con ciertas cucharadas de azúcar, uno se acostumbra al dolor. El dolor lo siento todo el día, pero a veces es tan tenue, que pareciera que lo olvido. Y así he vivido estos últimos años: acostumbrada a un dolor que nunca se va.

Sin embargo, el dolor a veces aumenta y se vuelve tan insoportable, que no puedo ni dormir.

Me es difícil describirles el dolor neuropático porque es una mezcla de diferentes sensaciones: a veces se siente como un ardor interno y otras veces parece que quema. Generalmente lo anterior se acompaña de un hormigueo, como si fueran descargas eléctricas y, sobre todo por las mañanas, mis manos se sienten entumidas y no puedo cerrarlas completamente.

Es raro, pero el dolor también me ha hecho consciente de algunas cosas con relación a cuán complejas son las tareas que realizan nuestras manos y que no es lo mismo sostener, que jalar, o apretar, o girar.

La neuropatía periférica sí es incapacitante en ocasiones y en recientes fechas he pensado mucho en la falta que hace que se hable de ello pues que, como el dolor no se ve, pareciera que no existe para el entorno. Esto me hace recordar algo que me pasó no hace mucho: iba yo subiendo al Metrobús y una señora no me dejó sentar en un lugar libre para poder sentarse ella con el argumento de que yo era más joven y que podía ir parada. ¿Cómo le explica uno en dos segundos que, desde que el dolor aumentó, prefiero ir sentada en el transporte público porque sostenerme del tubo o de las agarraderas de los asientos me produce dolor y entumecimiento? Parece imposible.

Supongo que cada quien vive la neuropatía periférica de diferente modo (no conozco a nadie cercano que la padezca, en realidad), pero en mi caso me hace difícil realizar muchas tareas que para muchos resultan hasta ridículo que no pueda hacerlas. Por ejemplo: me es difícil abrir la taparrosca de cualquier botella (a veces me es imposible), exprimir un limón a mis tacos, servir agua de una jarra, asir cualquier frasco o botella ancha (aunque quepa en mi mano), exprimir un trapo o una jerga, agitar el café o el agua con una cuchara para que se disuelva el azúcar, escribir a mano de manera prolongada, grabar un video con el celular, colgar la ropa en un gancho, ponerme rímel o lavarme los dientes…

A esto, hay tareas que me son fáciles si hay ciertas variantes. Por ejemplo: me es más fácil llevar una bolsa del súper colgando de mi brazo, aunque esté pesada; que agarrar con la mano una bolsa de pan con menor peso. En el caso de escribir a mano, descubrí unas plumas Paper Mate que me permiten escribir por más tiempo que con otras. Agitar con la cuchara me es más fácil si la agarro con toda la mano (como si fuera un niño aprendiendo a comer con cuchara), que como comúnmente lo hacemos utilizando el pulgar, índice y dedo medio. Cuando lavo trastes, me es más sencillo lavar un vaso o una taza, pero es doloroso lavar un plato.

Y es así que uno se adapta a vivir con el dolor. Incluso creo que hasta el entorno, tu gente cercana, no dimensiona que sí es un suplicio a veces hacer tareas que son comunes y que normalmente no deberían ser molestas físicamente, y por eso también una siente, muchas veces al día —todos los días— que exagera.

Pero no. El dolor neuropático duele, duele mucho.