Déjame llevarte al jardín de las delicias,
aquel en el que todo sucede sin tu consentimiento,
en el que no sabrás qué te ocurre
sino hasta que te despiertas perdido en la nada.
Déjame llevarte al jardín de los deseos,
aquel en el que todo pasa cuando pides a gritos que nada ocurra,
en el que nadie pronunciará tu nombre
y en el que nadie sabrá cuáles fueron tus pecados.
Déjame llevarte al jardín de los olvidos,
aquel en el que todos recordarán lo que has olvidado,
en el que contaremos las hojas muertas
de tus batallas ganadas.
Déjame llevarte al jardín de los entierros,
aquel en el que tú y yo no nos conocemos,
en el que nunca nos miramos,
en el que nunca hicimos explosión en un campo de luces.
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