Una flor no muere sino hasta que la matas o la dejas morir y, quien lo hace, no puede sino escuchar el sordo reclamo por la estúpida acción cometida. Uno no debe matar una flor.
La flor, al morir, lo hace silenciosamente pues la ausencia del reclamo por el dolor es la angustia de quien percibe su muerte.
Colonizados somos los que podemos escuchar el susurro de una flor, ésta nos cuenta las historias de la tierra, los secretos ínfimos que la abrazan. Cuando una flor muere, se pierde la sabiduría que sólo ella guardaba. Inescrutable la nota que deja cuando se marcha.
El sonido de una flor al morir, supongo, debe ser idéntico al sonido que deja la última lágrima que resbala sobre la mejilla que la contiene en el momento preciso en que alguien es olvidado.
* Tuve el atrevimiento de tomar esta imagen realizada por un excelente fotógrafo y querido amigo, Arturo Ávila Cano, misma que tiempo atrás me atrapara por su fuerza fotopoética. Espero hacerle un poco de justicia a tan hermosa composición. Pueden visitar el espacio de Arturo haciendo click aquí.
2 comentarios:
¿Y el sonido de una flor al nacer, al salir de su capullo, al abrirse lentamente, al esparcir su polen por el mundo? También suena interesante.
¿Tú también lo puedes oír?
Saludos.
Alanrulf:
Lo puedo oír, sí. Pero a veces la flor se intimida porque lo único que podemos controlar, anque sea un poco, es nuestra llegada.
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