sábado, 22 de junio de 2013

Así se fue Emilio...

Uno se consuela diciendo que nos quedan los recuerdos y lo vivido, pero la verdad es que quien muere parece echarlo todo en una maleta y marcharse con ella.

La muerte nos deja con una soledad inimaginable. 

Emilio llegó a casa cuando tenía apenas 6 meses de edad. Todavía no alcanzaba su tamaño final y su trato con nosotros era temeroso. Mi hermano se aventó a jugar con él y se lo ganó rápidamente con una pelota de béisbol. Luego le entré yo y terminamos los tres corriendo por todo el patio. 

Emilio nos enamoró desde el primer instante: su incomparable color blanco aderezado con motas de miel, pecas doradas, mirada atenta cada que escuchaba que alguien llegaba, ese andar como si tuviera todo el pedigrí del mundo y la tranquilidad de echarse a un lado de ti.



A Emilio le gustaba salir a correr. La primera vez que yo fui con él al río me dio mucho miedo que lo soltarán pues, al instante, salió disparado y desapareció entre los árboles. Sin embargo, en menos de 3 minutos lo volví a ver corriendo de regreso. Y así era: corría, se perdía y regresaba. Siempre regresaba.

Todas las noches reclamaba su pedazo de pan. Bolillo o concha, Emilio era feliz con el postre de cada día.

Un día, cuando llegamos a casa después de vacaciones, nos recibió la noticia de que Emilio se había caído del segundo piso. Milagrosamente estaba a la perfección. Creo que él nunca lo padeció pues recuerdo cómo podía brincar, sin ningún problema, al otro lado del sillón que lo separaba de la puerta de salida al patio. Era como un felino.

Por las mañanas había ocasiones en las que entraba a la habitación mía o de mi hermano. Con Ángel era más rudo, azotaba la puerta y le caía encima mientras lo olfateaba y aplastaba con sus patas. Conmigo abría la puerta tranquilamente, se asomaba y si veía movimiento subía a resoplarme en la cara.

En una ocasión se quedó encerrado en la azotea mientras fuimos a comprar cosas a la papelería y, a nuestro regreso, Emilio ya estaba abajo. Caminaba errante y se notaba desorientado. Otra vez se había caído desde el segundo piso. Revisión médica y 2 radiografías después, todo bien. Estaba claro que teníamos que cerrarle el paso a la marquesina, pues Emilio era una especie de temerario de las alturas (o suicida en potencia).

Como muchos perros, Emilio odiaba las fiestas patronales llenas de cuetes, los truenos lo asustaban y las lluvias torrenciales lo ponían nervioso. En esos casos, le gustaba estar cerquita de nosotros, sentir que había gente con él. Sólo así dormía.

Emilio también era de cuidar, pues no era muy afecto a la gente extraña. Ladraba a todo el que entraba en casa, pero unas palabras dulces del visitante lograban calmarlo. No voy a mentir: Emilio también tenía sus indeseables. 

Cierta mañana, uno de mis primos estaba limpiando a su lagartija cuando escuchamos que algo cayó. Al instante, mi primo nos dijo que Emilio había caído a un lado de él. No supimos cómo hizo para saltar la barda que ya se había construido tiempo atrás. Esta vez Emilio tuvo menos suerte pues se fracturó una pata. 

Impresionantemente, tres meses después de estar enyesado, Emilio volvía a correr de un lado a otro a pesar de la leve cojera con la que quedó.

A Emilio le pertenecieron las chambritas que iban dejando los primos y que a él servían de abrigo, tuvo diferentes camas (a últimas le encantaba meterse a una caja de unicel), compartió parte de su vida y paciencia con un Basset Hound llamado "Chacho" y peleaba con un french que vivió poco tiempo con nosotros.

Emilio cumplió 19 años el febrero pasado: ya se notaba cansado, ya no subía las escaleras de un solo salto, la cojera era más evidente, se le había tenido qué cambiar a una dieta más blanda pues ya no tenía todos sus dientes, le costaba trabajo moverse mucho cuando hacia frío y al parecer a ratos tardaba un poco en identificarnos. Aún así, Emilio seguía mostrando su carácter noble, sus ganas de ser acariciado, la algarabía que le permitía el movimiento de su cola, su ladrido que nos decía que estaba alerta.

Y así se fue Emilio: echó sus 19 años 4 meses en la maleta y nos dejó sólo la cena que ya no comió esa noche.

Silencio.