(Aquí iba una introducción que, tras releerla, me pareció mala e innecesaria y decidí compensarles la falta con un bonito enlace al final de este post)
Programación…
Recuerdo que, independientemente del temor natural de un niño a los regaños de sus papás, yo no le tenía miedo a nada. Bueno, a nada que no tuviera un fundamento real como para temerle.
Cuando tenía 7 años me llevaron a clases de catecismo y fue entonces que comencé una reprogramación brutal en la que yo me sentía culpable hasta de sentir que me chocaba mi mamá cuando me obligaba a comer algo que no me gustaba o cuando mi papá me ponía a repetir las tablas de multiplicar. Todo era malo y castigable a los ojos de Dios.
Durante esas clases nos llevaron a visitar iglesias y a convivios en conventos donde las imágenes de mártires y santos sufriendo me llenaban de pesadillas.
—¿Por qué está Jesús (Dios) crucificado? —recuerdo que pregunté alguna vez a mi catequista. —Por culpa de nuestros pecados y, cada vez que tú haces algo malo, los clavos se le entierran más y el dolor que siente es más fuerte— contestó ella sin piedad. Desde entonces, yo sufría mucho pensando en que cada vez que hacía ‘algo malo’ como perder 3 sacapuntas en una semana, Jesucristo (Dios) sufría más y más. ¿Quién puede soportar tanto sufrimiento?
Crisis…
En mi época de adolescencia, como corresponde, todo esto cayó en crisis y entonces me enojé con Jesús (Dios) por no hacer nada para aminorar su dolor o por lo menos el nuestro. A ratos me reconciliaba con él y hacía caso a mis tíos e iba a los retiros o las jornadas en las que prometia ser la persona más buena del mundo, pero al final de todo me chocaba pensar en Dios (Jesús) como esa figura del hombre clavado en una cruz.
Reprogramación…
Tras el sacudimiento preparatoriano, que es cuando lees todas esas cosas maravillosas que nunca imaginaste, terminé por prohibirme pensar en Dios (Jesús) porque siempre venía a mi mente la imagen de Jesús (Dios) y porque, ya para ese entonces, pensaba que Dios (todavía Jesús en mi mente) no tenía que ser necesariamente eso, Jesús.
Años después, durante la universidad, entré a tomar clases de caligrafía árabe y ahí conocí a una mujer marroquí que me estuvo hablando de su religión, el Islam. Luego, como cultura general, comencé a asistir a lecturas del Corán y actividades propias de y descubrí algo que en ese momento me significó mucho: Allah.
Allah es igual a Dios (-) para los musulmanes. Lo fascinante es que cada vez que nombraban a Allah, yo podía pensar en un Dios (-) sin rostro y sin forma. Es decir, me había liberado de esa dualidad Dios es igual a hombre clavado en una cruz.
Luego dejé de ir a las lecturas del Corán, mi amiga marroquí se fue a vivir al Cairo y yo me declaré agnóstica; sin embargo, cuando lo que queda de mi educación religiosa sale a flote para encomendar algo a Dios (-), mi boca pronuncia Allah, así, sin rostro y sin forma.
Kill is kiss…again...*
No cabe duda, las palabras nos determinan.
* A fin de cuentas, tras una plática medio babosa con un buen amigo (que es muy inteligente, pero igualmente baboso que yo), llegué a la conclusión (también babosa) de que, si dicen que Dios nos hizo a semejanza de él, entonces, al menos en mi caso, Dios es mujer. Así que terminé diciendo: ¡Oh por Diosa!
(Aquí el bonito enlace prometido: una dosis de Alberto Montt)
Programación…
Recuerdo que, independientemente del temor natural de un niño a los regaños de sus papás, yo no le tenía miedo a nada. Bueno, a nada que no tuviera un fundamento real como para temerle.
Cuando tenía 7 años me llevaron a clases de catecismo y fue entonces que comencé una reprogramación brutal en la que yo me sentía culpable hasta de sentir que me chocaba mi mamá cuando me obligaba a comer algo que no me gustaba o cuando mi papá me ponía a repetir las tablas de multiplicar. Todo era malo y castigable a los ojos de Dios.
Durante esas clases nos llevaron a visitar iglesias y a convivios en conventos donde las imágenes de mártires y santos sufriendo me llenaban de pesadillas.
—¿Por qué está Jesús (Dios) crucificado? —recuerdo que pregunté alguna vez a mi catequista. —Por culpa de nuestros pecados y, cada vez que tú haces algo malo, los clavos se le entierran más y el dolor que siente es más fuerte— contestó ella sin piedad. Desde entonces, yo sufría mucho pensando en que cada vez que hacía ‘algo malo’ como perder 3 sacapuntas en una semana, Jesucristo (Dios) sufría más y más. ¿Quién puede soportar tanto sufrimiento?
Crisis…
En mi época de adolescencia, como corresponde, todo esto cayó en crisis y entonces me enojé con Jesús (Dios) por no hacer nada para aminorar su dolor o por lo menos el nuestro. A ratos me reconciliaba con él y hacía caso a mis tíos e iba a los retiros o las jornadas en las que prometia ser la persona más buena del mundo, pero al final de todo me chocaba pensar en Dios (Jesús) como esa figura del hombre clavado en una cruz.
Reprogramación…
Tras el sacudimiento preparatoriano, que es cuando lees todas esas cosas maravillosas que nunca imaginaste, terminé por prohibirme pensar en Dios (Jesús) porque siempre venía a mi mente la imagen de Jesús (Dios) y porque, ya para ese entonces, pensaba que Dios (todavía Jesús en mi mente) no tenía que ser necesariamente eso, Jesús.
Años después, durante la universidad, entré a tomar clases de caligrafía árabe y ahí conocí a una mujer marroquí que me estuvo hablando de su religión, el Islam. Luego, como cultura general, comencé a asistir a lecturas del Corán y actividades propias de y descubrí algo que en ese momento me significó mucho: Allah.
Allah es igual a Dios (-) para los musulmanes. Lo fascinante es que cada vez que nombraban a Allah, yo podía pensar en un Dios (-) sin rostro y sin forma. Es decir, me había liberado de esa dualidad Dios es igual a hombre clavado en una cruz.
Luego dejé de ir a las lecturas del Corán, mi amiga marroquí se fue a vivir al Cairo y yo me declaré agnóstica; sin embargo, cuando lo que queda de mi educación religiosa sale a flote para encomendar algo a Dios (-), mi boca pronuncia Allah, así, sin rostro y sin forma.
Kill is kiss…again...*
No cabe duda, las palabras nos determinan.
* A fin de cuentas, tras una plática medio babosa con un buen amigo (que es muy inteligente, pero igualmente baboso que yo), llegué a la conclusión (también babosa) de que, si dicen que Dios nos hizo a semejanza de él, entonces, al menos en mi caso, Dios es mujer. Así que terminé diciendo: ¡Oh por Diosa!
(Aquí el bonito enlace prometido: una dosis de Alberto Montt)