miércoles, 2 de octubre de 2013

Un hombre

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Hubo un hombre que terminaba todas sus cartas escribiendo: te beso infinitamente…

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El método más escalofriante es sólo para saber si él es humano.

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La prueba de que él era humano se perdió en la única lágrima que derramó cuando te fuiste.

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El hombre se tornó mortal, mas no supo de su existencia hasta que murió. 

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El hombre compró una vida, pero no le alcanzó para disfrutarla.

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“No sé si este mensaje llegue a su destino, pero si es leído, guárdese en el corazón”, leyó el hombre antes de caer rendido ante alguien a quien no conocería nunca.

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Y, poco a poco, las cartas del hombre eran enterradas por otras letras, otras realidades, otras experiencias, por personas que sí existían.

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sábado, 22 de junio de 2013

Así se fue Emilio...

Uno se consuela diciendo que nos quedan los recuerdos y lo vivido, pero la verdad es que quien muere parece echarlo todo en una maleta y marcharse con ella.

La muerte nos deja con una soledad inimaginable. 

Emilio llegó a casa cuando tenía apenas 6 meses de edad. Todavía no alcanzaba su tamaño final y su trato con nosotros era temeroso. Mi hermano se aventó a jugar con él y se lo ganó rápidamente con una pelota de béisbol. Luego le entré yo y terminamos los tres corriendo por todo el patio. 

Emilio nos enamoró desde el primer instante: su incomparable color blanco aderezado con motas de miel, pecas doradas, mirada atenta cada que escuchaba que alguien llegaba, ese andar como si tuviera todo el pedigrí del mundo y la tranquilidad de echarse a un lado de ti.



A Emilio le gustaba salir a correr. La primera vez que yo fui con él al río me dio mucho miedo que lo soltarán pues, al instante, salió disparado y desapareció entre los árboles. Sin embargo, en menos de 3 minutos lo volví a ver corriendo de regreso. Y así era: corría, se perdía y regresaba. Siempre regresaba.

Todas las noches reclamaba su pedazo de pan. Bolillo o concha, Emilio era feliz con el postre de cada día.

Un día, cuando llegamos a casa después de vacaciones, nos recibió la noticia de que Emilio se había caído del segundo piso. Milagrosamente estaba a la perfección. Creo que él nunca lo padeció pues recuerdo cómo podía brincar, sin ningún problema, al otro lado del sillón que lo separaba de la puerta de salida al patio. Era como un felino.

Por las mañanas había ocasiones en las que entraba a la habitación mía o de mi hermano. Con Ángel era más rudo, azotaba la puerta y le caía encima mientras lo olfateaba y aplastaba con sus patas. Conmigo abría la puerta tranquilamente, se asomaba y si veía movimiento subía a resoplarme en la cara.

En una ocasión se quedó encerrado en la azotea mientras fuimos a comprar cosas a la papelería y, a nuestro regreso, Emilio ya estaba abajo. Caminaba errante y se notaba desorientado. Otra vez se había caído desde el segundo piso. Revisión médica y 2 radiografías después, todo bien. Estaba claro que teníamos que cerrarle el paso a la marquesina, pues Emilio era una especie de temerario de las alturas (o suicida en potencia).

Como muchos perros, Emilio odiaba las fiestas patronales llenas de cuetes, los truenos lo asustaban y las lluvias torrenciales lo ponían nervioso. En esos casos, le gustaba estar cerquita de nosotros, sentir que había gente con él. Sólo así dormía.

Emilio también era de cuidar, pues no era muy afecto a la gente extraña. Ladraba a todo el que entraba en casa, pero unas palabras dulces del visitante lograban calmarlo. No voy a mentir: Emilio también tenía sus indeseables. 

Cierta mañana, uno de mis primos estaba limpiando a su lagartija cuando escuchamos que algo cayó. Al instante, mi primo nos dijo que Emilio había caído a un lado de él. No supimos cómo hizo para saltar la barda que ya se había construido tiempo atrás. Esta vez Emilio tuvo menos suerte pues se fracturó una pata. 

Impresionantemente, tres meses después de estar enyesado, Emilio volvía a correr de un lado a otro a pesar de la leve cojera con la que quedó.

A Emilio le pertenecieron las chambritas que iban dejando los primos y que a él servían de abrigo, tuvo diferentes camas (a últimas le encantaba meterse a una caja de unicel), compartió parte de su vida y paciencia con un Basset Hound llamado "Chacho" y peleaba con un french que vivió poco tiempo con nosotros.

Emilio cumplió 19 años el febrero pasado: ya se notaba cansado, ya no subía las escaleras de un solo salto, la cojera era más evidente, se le había tenido qué cambiar a una dieta más blanda pues ya no tenía todos sus dientes, le costaba trabajo moverse mucho cuando hacia frío y al parecer a ratos tardaba un poco en identificarnos. Aún así, Emilio seguía mostrando su carácter noble, sus ganas de ser acariciado, la algarabía que le permitía el movimiento de su cola, su ladrido que nos decía que estaba alerta.

Y así se fue Emilio: echó sus 19 años 4 meses en la maleta y nos dejó sólo la cena que ya no comió esa noche.

Silencio.

jueves, 23 de mayo de 2013

"LA TORRE Y EL JARDÍN", UNA NOVELA INESPERADA


Dice José Ángel Cilleruelo, en el prólogo que escribió para "Cosmología esencial" de Rafael Pérez Estrada, que toda obra literaria es inesperada y que, cuanto más inesperada sea ésta, mayor es su importancia. Así es "La torre y el jardín", la última novela de Alberto Chimal (Toluca, 1970).

"Yo y mi otro yo" - Sarai Robledo 2013

Un edifico que es más grande por dentro que por fuera y que funciona como un burdel, es el escenario en el que se desarrolla la historia (o las historias) de esta alucinante novela. Paredes que hablan, personas que aparecen y desaparecen, espacios con extensiones y formas que nos suenan imposibles, habitaciones jamás imaginadas y en las que se hacen realidad las fantasías de los clientes que acuden a este lugar al que llaman El Brincadero.

Confieso que comencé a leer la novela justo el primero de enero de este año y que el libro me duró menos que los capítulos que lo componen; no por su corta extensión o por la ligereza de su lectura, sino porque no podía parar de leer. Cuando terminé, comencé a pensar en todo lo que viví al lado de los personajes que se introdujeron a tan alucinante burdel y traté de identificar algunas palabras que podrían ayudarme a expresar lo que "La torre y el jardín" fue para mí:

INESPERADA

Fue inesperado encontrarme de pronto dentro de El Brincadero y preguntarme a ratos si yo también estaba escuchando la misma voz que Kustos y Armando escuchaban. Alberto logra que, incluso, pueda uno percibir el tono y el acento de la voz que sale de las paredes de la Torre aunque —y este es uno de los desconciertos— también llega el momento en que no sabes si esa voz es la voz de tu propia consciencia.

CLAUSTROFÓBICA

Sentir que estás atrapado en la Torre y que no puedes cerrar el libro sin conocer qué es y dónde está el Jardín. Recorrer las habitaciones de la Torre y observar sus detalles tan disímiles entre sí, sentir la respiración del elefante al otro lado de una de las paredes, pensar que alguien te observa mientras caminas hacia 'ningún lado', no encontrar rastro de tu paso por donde tu orientación te indica que ya pasaste, ser una repetición en espacios constantemente distintos. La Torre se mueve, tú no.

DESCONCERTANTE

Hay momentos en que uno se siente no sólo más inteligente que los personajes, sino que la Torre misma y ésta se encarga de decirte: “no, estás en mi espacio, es mi entraña y aquí gobierno yo”. Entonces regresas a tu papel de inconforme, de investigador, de visitante... de cliente.

VERTIGINOSA

"La torre y el jardín" tiene ritmos diferentes: a ratos sientes que vas caminando con calma, que puedes apreciar cada espacio, cada detalle, cada palabra que se dice y cada silencio que se pronuncia; en otros momentos todo pasa muy rápido, puede un hombre desaparecer y hablarnos desde una dimensión distinta que no logramos comprender, una escalera parece absorbernos y dejarnos perdidos en la nada o corremos sin rumbo hasta que la Torre decide dejarnos en paz; también hay momentos en los que logramos entrar no sólo en la psique, sino en el corazón de los personajes, momentos en que nos duelen sus dolencias y nos alegran sus posibilidades; hay tiempos en que le revuelve a uno el estómago la misma inmensidad de la Torre que se siente como un baobab dentro de nosotros y también hay esos espacios donde uno respira y se queda contemplando a las criaturas del otro lado de la reja.

ILUMINADORA

¿Les ha pasado que hay momentos en que un libro les dice algo que pareciera ser como un flashaso que entra por sus pupilas, les hace levantar la vista al tiempo que cierran el libro de golpe, exhalan un silencio mientras el ruido ensordecedor los abruma por dentro y hasta entonces, vuelven a leer* ? Eso.

ENIGMÁTICA

Uno es un curioso más al lado de los personajes. Todos hablan de lo que pasa dentro de la Torre y de un Jardín que está dentro de ese lugar, pero nadie sabe cómo es y, al menos como lectores, tampoco sabemos por qué quieren conocer ese lugar. No obstante, creo que el principal enigma no es encontrar ese espacio físico sino lo intangible que conlleva la idea del jardín. Cada acercamiento a ese lugar nos va revelando más verdades y más incógnitas acerca de los personajes. Todo pareciera moverse, armase y desarmarse para no dejarnos encontrar 'ese algo' que buscamos pero, si nos dejamos seducir (siempre vigilantes), una recompensa estará esperándonos en algún lugar de la Torre.

Ahora regreso a la palabras de Cilleruelo quien también comenta que, apesar de la necesidad por lo inesperado, muchos lectores y críticos parecieran estar siempre a la espera de algo: "[...] una generación, unas características, un libro parecido a otro. Así es como se traiciona el espíritu esencial de la literatura". Pues bien, "La torre y el jardín" es una novela de la que podemos o no esperar nada porque su propia literatura se encargará de sostenerse y decirnos que, en efecto, es una novela inesperada.

*A veces pasa que, antes de regresar a la lectura, abrazas el libro por un instante.


viernes, 15 de marzo de 2013

Declaración


Me gustan los besos que no me das
porque puedo manejarlos a mi antojo.
Abrir mis labios lentamente y dejar que
el fantasma de tu aliento me estremezca con su roce.

Cuando no me besas puedo permitirme la sonrisa que esquiva el beso
y entregarte mi deseo con una mirada.

Otras veces muerdo tus labios con mis pensamientos húmedos
y te quedas habitando mi respiración agitada.

Algunas noches rozo tu boca con la punta de la lengua
y exploro el compás de tu corazón agolpándose en ella.

Hay mañanas en las que tus ojos me besan traviesamente
y la comisura de mis labios te gritan mi deseo de carmín azucarado.

Me gustan los besos que no me das
porque puedo manejarlos a mi antojo.
Pero si tú, amigo, decides atrapar mi nombre y besarme,
puedo escribir en tu piel mis fantasías.