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sábado, 9 de julio de 2022

FOTOBORDAR (contado a una mano y voz)

Como conté en la entrada anterior, la pandemia me trajo reconciliación con el bordado y a partir de ello me puse a experimentar con diferentes formas y materiales para hacerlo. Una de estas formas fue realizar transfer de imagen a tela y bordar sobre ella. Me gustó mucho el resultado.

Una de mis primeras pruebas de transfer de foto a tela.

A raíz de esto empecé a pensar en el significado de la palabra fotografía que escuché hace años en la universidad: pintar con luz. Fue así que empecé a ver en los hilos ese pigmento que trasmutaría la luz en hilos y éstos al textil. Con ellos podría pintar y resignificar la imagen que había plasmado en la tela.

Continúe bordando en forma personal hasta que llegó enero de 2022 y nos anunciaron el regreso a clases presenciales. Volvería a ver a mis alumnos “en 3D” y con ello tendríamos nuevamente otras posibilidades para desarrollar nuestro curso de apreciación artística.

En la recta final del semestre abordo las diferentes expresiones artísticas que se desarrollan en México e invariablemente platico con mis alumnos acerca de las actividades artesanales que se desarrollan en nuestro país. A partir de ello, pensé que sería interesante desarrollar un proyecto que conjuntara la actividad artesanal junto con el proceso de desarrollo de una pieza artística. Me motivaba mucho la idea de realizar algo que nos alejara un poco de la  virtualidad en la que estuvimos atrapados a lo largo de estos dos años: indudablemente pensé en el fotobordado.

No obstante, al tratar de materializarlo hacia mis clases, pensé que realizar el fotobordado en tela podría ser más complejo por las condiciones económicas, de espacio y de acceso a materiales de mis alumnos, así que pensé que tal vez sería mejor realizar esta actividad en otro material que había empezado a explorar no hace mucho: el papel.

Fue así que conformé una lista de materiales que son fáciles de encontrar en la vida cotidiana de mis alumnos y que aquellos que tuvieran que comprar fueran económicos y fáciles de conseguir.

El momento había llegado. Algunos alumnos ya habían tenido algún acercamiento en talleres de la secundaria o en sus casas y ellos fueron los encargados de ayudarme a transmitir 10 puntadas básicas que conformarían un muestrario personal y con el cual se enfrentarían a la intervención de la imagen.

Muestrario de las puntadas básicas realizado por una
 de mis alumnas sobre una base de cartón.

Fue muy bonito ver cómo este grupo de alumnos aprendían las puntadas que les iba enseñando y, a su vez, ellos las replicaban a los compañeros que conformaban su equipo. Estaban todos sentados en círculo como aquellos círculos de mujeres bordadoras que hemos visto en diferentes contextos a lo largo de la historia, pero aquí sin distinción de género. Tal vez sin la noción del significado simbólico de esto, platicaban mientras bordaban, es decir, se compartían en cada puntada.

Ya que cada alumno terminó su muestrario, les mostré cómo es que íbamos a intervenir la fotografía que ellos habían elegido. Yo les compartí la técnica, pero ellos pintarían la imagen con sus hilos, su imaginación y su corazón.

Tal vez ellos no se dieron cuenta en ese momento, pero cuando expusieron sus resultados finales yo aprendí más de cada uno que lo que ellos aprendieron de mí en este proceso de foto bordado. Cada alumno y alumna plasmaron en esas imágenes sus historias, sus emociones y todo ese mundo interno que tienen en cada uno esperando a salir.

Sin más, les comparto algunos resultados de la maravilla que fue esta actividad.

NOTA: Como contexto al título de esta entrada, dejo anotado que es doblemente significativa esta publicación pues, tras realizar una actividad profundamente manual, me encuentro ahora dictándole a la computadora y corrigiendo con una mano durante mi recuperación de la cirugía de la otra mano (razón por la cual también les pedí a mis alumnos que, si gustan, anoten en los comentarios cuál es su fotobordado para que no queden anónimos).


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jueves, 17 de septiembre de 2020

RECONCILIACIÓN

Mi relación con el bordado empezó en la escuela de monjas. Tenía yo 5 años y ya nos ponían a bordar un mantel. Tengo muy fijado el recuerdo de cuando por fin sentí que había podido avanzar mucho y, al levantar la tela para enseñarle a mi mamá, resulta que había cocido con todo y mi pants y tuve que deshacer todo (aunque yo hubiera preferido cortar el pants para no tener que empezar de nuevo).

En la primaria una vez nos pusieron a bordar un mandil para darle a nuestras mamás el 10 de mayo. Recuerdo que era doble vista, por lo que el bordado en la tela no tenía qué pasar al lado de plástico. Yo no entendí eso y lo hice pensando que el lado de plástico era el revés y la maestra me dijo que había quedado mal y que le iba a entregar a mi mamá algo que se veía feo. Yo hasta me sentí culpable de darle eso a mi mamá.

Después, cuando entré a la secundaria, me tocó el taller de bordado y tejido. Yo no quería estar ahí, así que arreglé con el maestro de dibujo técnico el meterme a su clase y que éste le pasará mi calificación a la maestra de bordado, quien era su esposa. Aceptaron, pero sólo me duró dos clases porque la directora hizo su rondín y, ver a una señorita metida en un salón con puros caballeros (recuerdo que así nos llamaba), era inconcebible.

Ese taller lo sufrí porque la maestra nos deshacía todo si por la parte de atrás no quedaba como "tenía qué quedar al hacer bien la puntada". Odiaba que el hilo se me enredara a mitad de mi avance y que tuviera de cortarlo y empezar de nuevo. Me chocaba hacer servilletas para las tortillas y mandiles que nunca iba a usar. Odié que el único mantel que logré terminar, se lo clavara mi maestra.


Creo que nunca me enseñaron que bordar podía ser chido y no fue sino hasta muchos años después que, en una ocasión, una amiga me invitó a tomar una clase de bordado con ella a una cuadra de donde vivía. La clase la daba una señora en la calle: ponía unas sillas sobre la banqueta y la gente llegaba a sentarse y a bordar. Ella vendía el material y te iba diciendo cómo hacerle mientras todas chismeaban. Ahí reviví mi trauma porque me llamaba la atención (pero sin regañarme) si no hacía bien la puntada, pero al mismo tiempo, me emocionaba ver que lo que hacía empezaba a verse bonito y que podía estar platicando con mi amiga.

No seguimos mucho tiempo, pero sembró la cosquilla de querer hacer cosas de forma más libre.

Y entonces, en esta cuarentena, me decidí a intentar bordar de nuevo, logré comprar unos cuantos hilos y me he puesto a bordar dejando de lado la presión de si está bien o no la puntada técnicamente. En este proceso, me puse a buscar videos e imágenes en Pinterest y también me enteré que Bordaetumadre, cuenta que sigo desde hace mucho tiempo, tenía un taller en línea y me inscribí. Recordé puntadas que ya conocía y aprendí varias nuevas. Me dejé llevar por cada parte del bordado sin ningún prejuicio, como si nunca hubiera tocado hilo y aguja y empecé de cero: escuchando a mi corazón y disfrutando cada puntada.

Hice este proyecto con materiales que ya tenía y/o que pude ir consiguiendo porque todavía no abren todas las tiendas en la CDMX (además de que salir mucho nos pone en riesgo aún). Para finalizar, pinté el bastidor con acrílica que ya tenía.

Este curso me significó el reconciliarme con algo que aprendí a hacer y que quiero desarrollar ya no desde la frustración, sino desde el disfrute.

Ahora ya estoy picada borde y borde.

Aquí los resultados. Lo veo y sonrío.